Diario Financiero

Camarón que se arrastra, también se lo lleva la corriente

Por: Joaquín Barañao

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1362 días, o 3,7 años, es, a escala humana, un lapso sustancial. Nueve meses más de que le tomó a Sebastián Elcano completar la primera vuelta al mundo, 2,6 veces lo que tardó Newton en escribir su portentosa Principia Mathematica, y 454 veces lo que Alejandro Dumas asignó a la creación del primer volumen de El caballero de la casa roja (engullendo enormes cantidades de café, porque le apostó a un amigo que sería capaz acabarlo en 3 días). Pues bien, ese es el promedio de tramitación de los estudios de impacto ambiental.

En el Chile Day en Toronto, el ministro Marcel mostró con entusiasmo las formidables condiciones naturales de Chile para producir hidrógeno verde (o amoniaco verde, quizás más atractivo en vista de las dificultades de transporte del hidrógeno). En efecto, hay pocos lugares en el mundo donde el viento sopla de manera más sostenida que en Magallanes, y ni un solo lugar de mayor radiación que Atacama. Sin más información que esa, Chile pintaría para la futura Arabia Saudita del combustible sintético. Otra cosa es cuando los inversionistas se enteran de que, en caso de lograr la aprobación ambiental, el inicio de faenas ocurrirá en el ciclo del siguiente mundial FIFA.

Eso, claro está, si la iniciativa no se judicializa. Entre el ingreso de las reclamaciones al tribunal ambiental y las sentencias transcurre un promedio de 366 días corridos. En caso de que se presente un recurso de casación ante la Corte Suprema, hay que sumar 314 días corridos adicionales. Esto quiere decir que si toca recorrer el camino completo (y son ya 178 los proyectos judicializados, por lo que la probabilidad es alta) la esperanza es resolver el caso en 2.042 días, o 5,6 años, plazo en el que Pixar estrenó Cars, y Ratatouille, y WALL-E, y Up, y Toy Story 3, y Cars 2.

Quien no esté familiarizado con el ambiente de las inversiones podría pensar que semejantes dilaciones son una mera molestia, un pie de página que no demanda más que algo de paciencia; que, meses más, meses menos, al final lo que cuenta es que el proyecto se haga. Como una fila en el supermercado o un taco de vuelta de la playa, casos en que pronto olvidamos la molestia de la espera. No es así en el mundo de los negocios. Los retrasos disminuyen la rentabilidad medida en constante y sonante, la métrica reinante a la hora de escoger dónde invertir.

¿Y por qué se vuelve tan literal aquello de que el tiempo es dinero? Por lo que los economistas llaman valor presente del dinero: un peso hoy vale más que un peso mañana. Esto no es un artilugio teórico circunscrito a clases de finanzas, sino un hecho de la causa que los inversionistas del mundo real contemplan en sus planillas Excel. Hoy en Chile la tasa social de descuento es de 6% real anual, lo que quiere decir que, si un proyecto público tarda 2.042 días solo en permisos ambientales (sin considerar el inevitable periodo de construcción y/o implementación), el primer peso de utilidad vale solo 0,72 pesos de hoy ¡Un 38% menos! Los proyectos privados se calculan con tasas más altas, por lo que la brecha es todavía más ancha. Es contabilidad pura y dura, dólares estrictos, no consideraciones soft del tipo “el estrés de la burocracia” o “mi estancia en Chile se alargó y extraño a mi familia”.

Es peor. A la pérdida por valor presente del dinero hay que sumar que durante todo el periodo en que no genera ni un peso nuestra hipotética empresa extranjera interesada en aterrizar en Chile para producir hidrógeno verde debe seguir pagando oficinas, gastos administrativos varios y personal, al menos el requerido para llevar adelante la tramitación ambiental.

Chile posee condiciones extraordinarias para las energías renovables, es cierto, pero eso es solo una parte de la evaluación de un proyecto, y hay muchos otros rincones atractivos en este largo y ancho mundo nuestro. Si no logramos agilizar nuestros procesos, áreas con un poco menos de viento o un poco menos de radiación pero mucho espera para iniciar la recaudación pueden exhibir números más azules que nosotros.

Algunos asocian agilizar con reducción de estándares. Es una falsa dicotomía. Es de sobra posible ser igual de exigentes, pero mucho más resueltos. Eso no solo no ocasionaría una merma ambiental; por el contrario, sería la mejor manera de dar vida a la industria de hidrógeno o amoniaco verde y con ello de la forma más eficaz de reducir nuestra huella de carbono.

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