The Clinic
Democracia y dos caminos
para recuperar la confianza
A una década del último informe del PNUD, un nuevo Informe de Desarrollo Humano pone nuevamente el foco en un viejo desafío: la desconfianza de la ciudadanía hacia las instituciones. José Antonio Valenzuela, director de Incidencia de Pivotes, reflexiona en The Clinic sobre este fenómeno. «Para fortalecer nuestra democracia debemos hacer esfuerzos por reparar la confianza de la ciudadanía en sus instituciones, y de las personas entre sí», escribe.
Después de 10 años se publicó un nuevo Informe de Desarrollo Humano del PNUD. Rápidamente surgieron las primeras reacciones e interpretaciones; algunos empujan tímidas reivindicaciones a las demandas del estallido social, mientras que otros cuestionan un relato excesivamente parcial del informe. Pero no todo es nuevo, el lenguaje y las categorías que presenta el estudio cambian, sin embargo todo se reconduce a la misma palabra: desconfianza.
Que las personas no confían en sus instituciones y sus representantes no es nuevo, y el informe viene a ratificarlo. También muestra que esta desconfianza es recíproca: las élites juzgan a los ciudadanos con igual severidad a la que son juzgados. Esta dinámica es dañina para la democracia, y las instituciones que la sostienen. Genera impotencia y desapego que, en su peor versión, lleva al abandono del “sistema”, que puede ir desde emigrar hasta funcionar al margen de las instituciones (informalidad o incluso delincuencia).
¿Cómo se recupera la confianza en la democracia y en sus instituciones? La respuesta tradicional ha sido “con un sistema eficaz”. La ciudadanía valorará la democracia si esta, a su vez, satisface sus expectativas. Eso significa un país que crece, donde se pagan buenos sueldos, con una educación y salud de calidad, entre otros. Algunos van un poco más allá, y señalan que eso solo se logra si las instituciones funcionan bien. Apuntan entonces al sistema político como el engranaje clave para avanzar hacia la anhelada eficacia.
Un primer comentario a este respecto consiste en ampliar la mirada a otro factor esencial para la salud de las instituciones, distinto al foco en las reglas, los incentivos y los procedimientos (por cierto fundamentales) y preocuparnos también de los liderazgos. En la calidad de los líderes se juega también la salud de la democracia, y buenos líderes no llegan por generación espontánea; se requiere revalorizar la función de los políticos y funcionarios públicos, formarlos, convocarlos y crear las condiciones para que los mejores liderazgos florezcan.
La eficacia es entonces primordial. Sin embargo cuesta creer que sea la única variable que determina esta desconfianza, tan problemática en Chile como en el resto del mundo. Y es que hay regímenes eficaces y no democráticos, y también democracias relativamente eficaces que enfrentan problemas profundos de desconfianza. Por lo demás, no es precisamente esta época la de peores estándares materiales, y sin embargo es quizás aquella en que más tensionada se encuentran las instituciones de forma global. Por eso se hace fundamental incorporar un segundo objetivo: la inclusividad.
Esto significa que para confiar se requiere también que los ciudadanos se sientan partícipes del proceso de toma de decisiones comunes. Esto es especialmente relevante en los tiempos de inmediatez e instantaneidad que corren, donde el voto cada cuatro años no puede ser el único momento en que las personas son tomadas en cuenta. Sentirse parte implica ser capaz de participar, de poder incidir junto con otros en la agenda del representante, o unirme a otros para intentar resolver problemas públicos.
Una sociedad inclusiva no tolera las desigualdades que más molestan a los ciudadanos, según el propio PNUD: la desigualdad de trato y dignidad.
La buena noticia es que la modernidad, junto con desafíos nuevos, trae también oportunidades. Las nuevas tecnologías permiten escuchar de forma masiva y sofisticada lo que la ciudadanía tiene para decir. Es lo que hizo Taiwán, con su “democracia digital”, a la que recientemente hizo referencia Evelyn Matthei en una intervención pública.
Audrey Tang, quien fuera Ministra de Asuntos Digitales en dicho país, estuvo en Chile contando la experiencia taiwanesa que pueda contribuir a expandir la caja de herramientas de la que disponemos cuando hablamos de nuestra democracia. De esto da cuenta un estudio que publicamos recientemente en Pivotes.
Para fortalecer nuestra democracia debemos hacer esfuerzos por reparar la confianza de la ciudadanía en sus instituciones, y de las personas entre sí. Eficacia e inclusión son dos imperativos si queremos avanzar, uno es un anhelo permanente pero esquivo, de la otra dimensión se habla poco, y afortunadamente hay todavía mucho por hacer.