El Catalejo de Galileo
El poder del ahora
*Pedro Villarino es integrante de la Red Pivotes e investigador de Faro UDD
Es fácil juzgar los hechos del pasado con los ojos del presente. Resulta incluso cómodo, ya que la distancia que se cierne entre nuestro juicio y los acontecimientos propicia seguridad. La posición del presente permite sopesar las consecuencias, los efectos, el devenir de lo ocurrido, y ello facilita el análisis sobre si lo juzgado adquiere un matiz positivo o negativo. Como reza el refrán, “con la perspectiva del tiempo, todos somos sabios”. Pero caer en esta posición es un error.
Los historiadores –conversadores recurrentes con el pasado- son conscientes del riesgo que subyace a esta tentación: omitir la caótica heterogeneidad y diversidad de factores, así como no atender a la complejidad propia de cada momento, conlleva el peligro de terminar reduciéndolos y enmarcándolos bajo miradas simplistas y poco rigurosas.
La derrota de las legiones romanas en Cannas y Trasimeno (Etruria) dejó vía libre para que Aníbal arrasara con Roma, pero no lo hizo. En lugar de eso, decidió dar descanso a sus hombres. Visto en retrospectiva ¿Debió Aníbal marchar sobre Roma? ¿No debió, tal vez, haber aprovechado el momento y haberse lanzado al asedio? ¿Estaba lo suficientemente preparado y capacitado para ello? ¿Fue un error esperar refuerzos, o simplemente no tenía otra opción? Aunque victorioso, el trayecto a Italia y las batallas supusieron mermas en el ejército cartaginés y escasez de suministros. Quizás –sí, al presente sólo le corresponde un quizás- no debió haber supeditado su estrategia a la diplomacia con el objeto de granjearse el beneplácito de los aliados romanos, o tampoco debió haberse retirado al valle del Capua para proveerse de bienes, reabastecerse y esperar ayuda. Quizás simplemente le faltó tiempo. Visto desde hoy, es fácil conjeturar y enarbolar juicios críticos: nunca fue tan cómodo ser general después de la guerra.
Chile no escapa a esta tentación. Visto desde nuestro presente, no resulta descabellado suponer que, de no haberse postergado la discusión sobre la necesidad de reformar y modernizar nuestro sistema de seguridad social, quizás no habría “estallado socialmente” nuestro país en octubre de 2019. Quizás, de habernos tomado más en serio la propuesta de reforma constitucional impulsada por Michelle Bachelet, hoy no estaríamos insertos en el debate constitucional en el que estamos. Y así, suma y sigue…
De cara a evitar esta postura, (quizás) convenga deponer por un momento la lógica que nos ha hecho llegar tarde tantas otras veces y que ha llevado a la generalizada sensación de que simplemente la clase política se resiste a querer ponerse de acuerdo, más allá de que los temas y reformas resulten imprescindibles: isapres, pensiones, modernización del Estado, sistema político y litio son ejemplos diáfanos (y, lamentablemente, desconcertantes).
Hoy, como pocas otras veces, se nos presenta lo que el politólogo norteamericano John Kingdon denominó una “ventana de oportunidad”: ese espacio de tiempo limitado que asoma, la ocasión propicia que clama por ser aprovechada y tomada sobre las astas, pues no durará para siempre. ¿Cómo tomarla? Un primer paso sería aferrarnos a su marco: el proceso constitucional, el punto de partida que posibilitaría romper con la inercia que nos tiene empantanados.