El Catalejo de Galileo
Giros
*Pedro Villarino es miembro de Pivotes y académico de Faro UDD
Múltiples han sido los temas en que se ha evidenciado un cambio en el discurso del Presidente Boric. Señalarlo no es una novedad -a estas alturas- para nadie.
Los giros han podido apreciarse en múltiples temas. En su postura frente a las policías, la migración, los empresarios, la situación en la Macrozona Sur, la inversión privada y el expresidente Piñera, por mencionar algunos. Desde luego, el ejercicio del poder entrega no sólo perspectiva, sino también el peso de la responsabilidad. Cueste o no reconocerlo, otra cosa es con guitarra…
Sin embargo, el giro efectuado a inicios de diciembre cobra una especial importancia, por cuanto gravita en torno al que quizás sea uno de los principales, si es que no el mayor, problema que aqueja al país: el mal funcionamiento del Estado.
En el marco de su campaña presidencial, uno de los ejes prioritarios sobre los que erigió su discurso fue el rechazo a una administración pública aglutinada y engrosada en base a pitutos. Era que no: obedecía, en sus propias palabras, a un asunto de “sentido común” no dejar espacio a ello, y por lo mismo, de ser electo, prohibiría “la contratación de parientes de altas autoridades del Estado en cargos de confianza” a través de una “ley antipituto”.
Poco más de una semana de asumido en el cargo, el punto recobró fuerza: el 25 de marzo hizo llegar a todos los ministerios un instructivo con “lineamientos que impiden la contratación de parientes”. Pese a ello, y sin entregar mayores explicaciones, esta semana defendió públicamente el vínculo familiar que une a Miguel Crispi, jefe de asesores de Presidencia, con Verónica Serrano, quien es jefa nacional del Programa de Asentamientos Precarios del Ministerio de Vivienda y tía del exsubsecretario. Consultado por el vínculo, el mandatario aseveró que él juzga “a la gente por su cumplimiento a la ley, por sus méritos y trayectoria, y no por las relaciones familiares que tengan”.
El punto, desde luego, no es si una persona como Gabriel Boric puede o no cambiar de postura frente a un asunto determinado. Está en su legítimo derecho a hacerlo, así como todos, pues regirnos por la razón y el debate como mecanismo de resolución de nuestras diferencias o asperezas conlleva no solo reconocer en ello el poder de convencer al otro, sino también de abrirnos a ser convencidos y disuadidos por lo que ese otro pueda pensar.
No obstante ello, agotar el mecanismo sin brindar mayores razones que lo justifiquen y respalden no sólo le resta peso a los dichos, sino que también le quita credibilidad a quien los esgrime. Y cuando es el Presidente -o cualquier otra autoridad- quien abusa de los giros, el descrédito termina por erosionar y deteriorar la base misma sobre la que se articula el debate político.
Peor aún es el hecho de que el Presidente lo haga en un tema tan controvertido, pues el lío de platas que involucra a múltiples fundaciones y reparticiones gubernamentales no sólo se ha transformado en el peor dolor de cabeza de su administración, sino que se trata, ni más ni menos, de una crisis gatillada a partir de aquello mismo sobre lo que él protestó: un Estado con pitutos y un régimen de empleo público cooptado por relaciones de parentesco y favores políticos; algo que, por lo demás, la propuesta constitucional ordena modificar a partir de una iniciativa popular de norma presentada por Pivotes.
Desconocer una de las principales banderas que lo llevó a la Presidencia no solo denota un giro mal pensado, sino también refleja una ausencia de convicción y de coherencia intelectual importante. El problema del Presidente, sin embargo, va más allá: pues pareciera creer que se puede recurrir incansablemente al mecanismo y pretender que nada ha pasado, continuando, como dice la canción de Páez, silbando un tango oxidado.