La Tercera
Instituciones fuertes, más no indestructibles
Los ganadores del Premio Nobel de Economía son viejos conocidos de Chile. Ya en el año 2001, en su investigación “Los orígenes coloniales del desarrollo comparativo: una investigación empírica”, James Robinson, Daron Acemoglu y Simon Johnson comparaban a Chile con Nigeria para mostrar cómo, si Nigeria hubiese tenido las instituciones con las que nuestro país contaba en ese entonces, su producto interno bruto per cápita habría sido siete veces mayor.
Los nuevos Nobel son embajadores de una teoría ampliamente difundida en las facultades de economía occidentales, incluidas las chilenas: el desarrollo se genera en la medida en que las instituciones que predominan en un territorio sean inclusivas y no extractivistas. ¿Qué diferencia ambos conceptos? En las primeras, surgidas hace cientos de años donde los colonos se podían asentar con facilidad y, por lo tanto, buscaban replicar la institucionalidad de sus naciones de origen —como lo que hoy es Canadá, Estados Unidos o Nueva Zelanda—, se protege fuertemente el derecho de propiedad, existen sistemas políticos con contrapesos y amplia participación ciudadana, y se fomenta la libre competencia como eje fundamental de la economía. En las segundas, creadas en asentamientos difíciles, con una alta mortalidad, no había un mayor interés en generar desarrollo, sino en enviar rentas a las metrópolis y concentrar el control político y económico en una pequeña élite.
Chile es una excepción dentro de Latinoamérica en esta materia. Al respecto, en una entrevista en el programa EnFoco, de Pivotes y Ex-Ante, en el año 2023, Robinson se mostró optimista respecto al futuro del país, destacando nuestra solidez institucional, en contraste con los demás países del continente y señalando que “hay un potencial para que Chile se convierta en un país realmente desarrollado, de una manera que ningún colombiano o argentino podría imaginar”. Chile, pese a sus condiciones naturales abundantes en recursos naturales, habría desarrollado instituciones sólidas que le han permitido destacar en el contexto latinoamericano.
Lo señalado por Robinson ha sido constatado en más de una ocasión: desde el MOP-Gate, pasando por los líos de platas políticas en la década pasada e incluso ante el tensionamiento vivido a raíz del estallido social en 2019 y los dos procesos constitucionales posteriores, nuestras instituciones, con esfuerzo, resistieron. Salvo excepciones vociferantes, la política nacional buscó sistemáticamente solucionar las crisis por la vía institucional, evitando la ruptura de las reglas institucionales como es la constante latinoamericana.
El problema con repetir como mantra la famosa frase del Presidente Ricardo Lagos “dejemos que las instituciones funcionen” es que, eventualmente, dichas instituciones pueden perder lo que funda la estabilidad dentro de cualquier relación asimétrica de poder: la confianza.
Al respecto, Chile tiene varios motivos para, al menos, encender alarmas ante las consecuencias que la pérdida de confianza en nuestras principales instituciones está generando. Un par de ejemplos de mediciones del funcionamiento de nuestras instituciones inclusivas llaman la atención: el Índice Internacional de Derechos de Propiedad (IPRI, por sus siglas en inglés) muestra que, desde el año 2007, el país ha perdido 16 puestos, pasando del lugar 22 a nivel mundial al 38 en 2023. Además, los índices de efectividad gubernamental y estabilidad política del Banco Mundial indican que Chile pasó de pertenecer al 13% y 32% de las naciones con mejor rendimiento en 1996, al 31% y 49% en 2023, respectivamente. La confianza institucional está ligada con la legitimidad del entramado institucional, por lo que probablemente, haber cuestionado las bases constitucionales y los consensos básicos, culpándolos de las injusticias sociales, ha tenido algún efecto en este retroceso. También la desconexión de las prioridades ciudadanas con los procesos políticos han alejado a la democracia de las personas.
La migración, la globalización, la inteligencia artificial, el retroceso democrático están y seguirán poniendo a prueba a nuestras instituciones. Y aunque éstas han demostrado ser fuertes, no son indestructibles, y de la política dependerá seguir fortaleciéndolas o, como los indicadores mencionados ya muestran, continuar horadándolas hasta que dejen de resistir.