El Catalejo de Galileo: Volver a empezar

Una mirada distinta a la contingencia y su vínculo con los pilares y desafíos de Pivotes. Esto es El Catalejo de Galileo, una nueva columna a cargo de una pluma que traerá sus observaciones y reflexiones para añadir una perspectiva diferente a las conversaciones que tenemos en la cotidianeidad.

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Volver a empezar

¿Qué lecciones pueden aducirse del reciente cambio de gabinete? La verdad, no muchas cosas. La renuncia de Giorgio Jackson le abrió una ventana de aire al Presidente. Era, qué duda cabe, la consecuencia política previsible a partir del caso Convenios, y un símbolo necesario de cara a descomprimir la asfixia que estaba agotando los escasos márgenes de maniobra en las negociaciones entre el oficialismo y la oposición.

Visto hacia dentro, la salida del exministro de Desarrollo Social le brindó un margen de maniobra a Gabriel Boric del que antes carecía; puesto que, al aceptar su renuncia, el mandatario se desprendió de una camisa de fuerza que venía obstruyéndolo desde hace, quizás, demasiado tiempo. A su vez, el mensaje subyacente a esta renuncia resultó todas luces claro: cualquiera podía caer. Era de esperar que, así como MOP-Gate, Caval y el estallido supusieron un resquebrajamiento medular a las administraciones de turno, Democracia Viva también conllevara un acuso de recibo de parte del actual gobierno.

Sin embargo, no hubo un enroque sustantivo que transmitiese claridad y consciencia en cuanto al control de daños que dicha crisis ha generado en las huestes oficialistas. Atrincheramiento o no, resulta difícil entrever mayor fluidez y disposición a lograr consensos frente a las reformas que le van quedando a la actual administración: pensiones y pacto fiscal. Al mismo tiempo, la llegada del Partido Comunista al Ministerio de Educación deja más dudas que seguridades frente a la extensa lista de flancos que enfrenta la cartera, principalmente en lo que a recuperación de aprendizajes, inasistencia y violencia en los establecimientos se refiere.

Por su parte, el Ministerio de Cultura no se queda atrás. Tras poco más de cinco meses en el cargo, Jaime de Aguirre abandona la cartera en medio una tensa situación interna y con falencias en la gestión legislativa. Y, por si fuera poco, a menos de un mes del que quizás sea el hito cultural más importante del mandato de Gabriel Boric: la conmemoración de los 50 años del Golpe. ¿Cómo es posible articular y configurar un discurso ordenado, claro y coherente, de cara a un hito tan relevante para el país, si el ministerio de cuya conmemoración está a cargo ha visto modificada su cabeza en tres ocasiones en menos de un año y medio?

Lo que terminó presentándose como un ajuste sectorial no deja, empero, de generar consecuencias. Se trata del tercer ajuste ministerial en lo que va de gobierno: desde marzo hasta la fecha, ha habido cambios en 14 de los 24 ministerios, totalizando 41 modificaciones, incluidos los ministros que han encabezado dos ministerios distintos (Giorgio Jackson y Javiera Toro). Sin embargo, y más allá del mensaje que pueda revestir el reciente anuncio (de poca o nula capacidad transformadora), queda la dimensión práctica que reviste toda rearticulación. Se trata de la entrada y salida de una pléyade de funcionarios de exclusiva confianza (sumando los enroques internos), y que alcanza a altos funcionarios, tales como jefes de Gabinete, Jefaturas de División (eventuales), equipos de prensa y equipos de asesores cercanos, por mencionar algunos.

Estos ajustes, sean sustantivos o no, integran el riesgo de difuminar el surco que hasta entonces venía transitando cada uno de los ministerios, afectando no solo la construcción de una narrativa que brinde orientación hacia el trabajo que cada cartera estaba desplegando, sino que también a la gestión administrativa propiamente tal, puesto que nuevas jefaturas tienden a ralentizar (o, incluso peor, paralizar o cancelar) el desarrollo de planes de acción, programas y la configuración de políticas públicas.

Y pese a que parece ser un costo hundido en cada modificación, la verdad es que este punto responde a un diseño del Estado que excede al actual gobierno y que entrega a cada administración el premio de los “cargos de confianza”, un grupo gris y no delimitado que, en suma, al expandirse en miles de personas termina dañando elementos tan centrales como la experiencia de los funcionarios públicos y el anhelo de que haya posiciones permanentes que sean otorgadas por mérito y con el fin último de entregar mejores servicios a la ciudadanía.

La construcción de equipos de trabajo que funcionen de forma eficiente y regular demanda tiempo, paciencia y, ante todo, confianza. Y si bien este es un fenómeno que se extrapola a todo cambio de gabinete, no deja de ser un proceso que afecta el que probablemente sea una de las mayores deficiencias del actual gobierno: la Administración del Estado.


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